A María Isabel, Lidia y Lucrecia
mujeres extraordinarias.

Lucy Argueta






Olivia eterea • serie

Fernanda Figueroa





Debris • serie

Jessica Lagunas





Para besarte mejor • documentación de performance • fotografía • Roni Mocán

Rachelle Mozman






sin título, serie

Roxana Nagygeller



Dibujos de Lucía • serie

Cecilia Paredes




Asia • Dreaming Rose • sin título

Karla Solano


sin título

Clara de Tezanos



Todas somos maría • serie

Gloria Zelaya




Pies pa`que los quiero • serie

parábola

Tratando de seguir las huellas de una línea imaginaria

El cuerpo, el cuestionamiento de los roles y los espacios tradicionales que ocupan las mujeres en la sociedad, la reflexión sobre la belleza, el universo de lo natural, la presencia de los espacios íntimos, la introspección, entre otras cosas, aparecen de manera reiterativa en la obra de mujeres artistas, escritoras, críticas culturales, mujeres, en general. ¿Son éstos elementos para definir una supuesta estética femenina? ¿forman acaso parte de un repertorio de temas y preocupaciones constantes en la obra de mujeres? Y si fuera así ¿lo son porque existe una esencia de lo femenino o porque una cultura en un contexto geográfico particular y en un tiempo específico han investido a las mujeres de gestos y marcas particulares? Sobre esto se ha reflexionado y escrito mucho, a veces de manera acertada y a menudo cayendo en clichés que fortalecen los desencuentros de género.

Me parece que no hay duda en relación a la particular experiencia del mundo que hombres, mujeres y personas de otros sexos tienen, a veces de manera consciente y voluntaria, a veces como resultado de una decisión personal que va más allá de cuestionamientos de género o porque se responde a una historia de la que ineludiblemente somos parte. En la mayoría de casos esta experiencia se da de una forma natural e inconsciente, a veces a partir de herencias y genealogías físicas y simbólicas, a veces apropiadas desde los espacios que ocupamos, nos guste o no. La pregunta aquí es otra. ¿Debe ser el género un elemento de valoración y análisis frente a una obra de arte? Estoy segura que encontrar una respuesta con la que muchos nos sintamos cómodos y contentos nos llevaría mucho tiempo y posiblemente no habría acuerdos, pero puedo afirmar que el género sí puede ser un elemento de análisis, un camino elegido—como cualquier otro—para pensar una obra de arte.

De cualquier manera ¿cuál es el sentido de hacernos todas estas preguntas? ¿le da o le quita algo a una obra el hecho de haber sido hecha por una mujer? Más allá de las históricas discriminaciones de género, de las reivindicaciones y de la búsqueda de lenguajes comunes, yo diría que la reflexión sobre una “estética femenina” responde a la percepción de que hay algo común en mujeres de diferentes espacios temporales, geográficos y culturales. Y no que todas las mujeres hablen de lo mismo o elijan los mismos lenguajes, o que en toda obra hecha por una mujer se reconozcan elementos comunes. A menudo esto va más allá y con muchísima frecuencia se sitúa en un espacio tan abstracto, tan intangible que resulta difícil hacer aseveraciones concretas. Es eso, una intuición, una sospecha. ¿Podríamos decir lo mismo de los hombres, de los gays, de las lesbianas? Supongo que sí.

Parábolas nace de esta intuición. Una recorre las obras de las artistas invitadas a esta muestra y va encontrando hilos conductores de una posible narrativa que podríamos ir hilando hasta armar un tejido particular. Me atrae el gusto por lo teatral, el “fotoperformance”, en palabras de Cecilia Paredes, quien realiza cuidadosos montajes en los que busca integrarse a los escenarios naturales que elige y que tiene que ver con una estrecha relación con lo natural, como lo vemos también en las fotografías de Lucy Argueta, que busca esa integración a partir de la vestidura, a menudo una extensión de nuestro cuerpo. El montaje, lo teatral, la dramatización es evidente en la obra de éstas y otras artistas que se incluyen en la muestra. La obra de Rachelle Mozman y la de Clara de Tezanos en este sentido son emblemáticas, pues sus escenografías parecieran ser fragmentos de una narrativa más amplia, como lo vemos también en Roxana Nagygeller y en el video performance de Jessica Lagunas. Todas discuten identidades femeninas y relaciones de la mujer con su realidad social. La riqueza está en los gestos, las posturas, los movimientos sugeridos.

A veces la preocupación social y la crítica por la realidad de las mujeres dentro de su sociedad son evidentes, a veces se sugieren o se traducen en ironía.

Andrea Aragón visibiliza a las prostitutas de Guatemala y a veces lo hace desde los espacios que ocupan y que hablan de sus problemáticas humanas, a sabiendas de que nuestros entornos con frecuencia nos definen. Esto lo vemos en las fotografías de Fernanda Figueroa, que retrata la intimidad a través de vestiduras y huellas. Y en todas las fotógrafas un motivo recurrente pareciera ser lo sensorial, lo corporal. En este sentido la sobredimensión de Karla Solano pareciera ser un manifiesto innegable. El cuerpo como objeto. El cuerpo como gozo. El cuerpo como símbolo. El cuerpo y sus rituales.

Las obras de Parábola parecieran ir estableciendo una línea imaginaria, un texto en el que algunas podemos reconocernos y con el que el diálogo es imperativo. No podemos quedarnos como simples espectadores de fotografías que, eso sí, poseen una calidad estética que nos seduce. Somos cómplices.

Anabella Acevedo, Quetzaltenango, julio de 2010.

cce/sv